





























La boda se celebró frente al lago de Tequesquitengo, en un escenario abierto y rodeado de calma. El agua fue testigo de cada momento y, al caer la tarde, el cielo se pintó de tonos naranjas que envolvieron a los novios y a sus invitados. Algunos de los retratos más especiales surgieron en ese atardecer: siluetas, reflejos y miradas iluminadas por una luz cálida que parecía hecha a la medida del día. Un recuerdo que une el paisaje con la emoción de una promesa compartida.